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domingo, 25 de abril de 2010

Marco Denevi

... Las manos le temblequeaban. Tuvo una última vacilación. Miró a la joven. Pero la joven, de pie a su lado, tenía el aire respetuoso de una criada de confianza que asiste a su patrona. Entonces la señorita Leonides no espero más, el hambre era más fuerte que la buena educación, que la vergüenza y el disimulo. Como a un dios hindú, diez brazos le brotaron a derecha y a izquierda, y con esos tentáculos ondulando todos a un tiempo cayó sobre la bandeja. Durante largo rato su conciencia desapareció. Una Leonides Arrufat astral manipuló cucharitas que se sumergían en jaleas rosáceas, en traslúcidas mermeladas, en perfumado té con leche, y que luego ascendían rabiosamente hasta su boca; maniobró con cuchillos cargados, como diminutas grúas, de dulce y de manteca; trituró tostadas que le llenaban el cráneo de ruido, medialunas tiernas como tiernos pollos deshuesados, trozos de una torta que se desleía sobre la lengua y derramaba los más sorprendentes, los más imprevistos, los más exquisitos sabores. A ratos levantaba hacia la joven unos ojos sin pensamientos, unos ojos de mica, la joven le sonreía, ella le devolvía maquinalmente la sonrisa, y seguía devorando.
... Hasta que todo el monumento quedó reducido a ruinas. Entonces la señorita Leonides se juntó otra vez con su espíritu, se recostó en la silla, dio un magistral suspiro que a mitad de camino se le metamorfoseó en un eructo, miró tímidamente a la joven, murmuró, como excusándose:
... —Delicioso. Muchas gracias.

Marco Denevi
"Ceremonia secreta"

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